Es noche, en la ciudad una bomba de humo hace homenaje a otras bombas de otras ciudades que han marcado el horror, nuestra bomba de humo sale del escape de un camión transportador de cerdos que entra a la ciudad, es una carcacha llena de próximos jamones. Es noche, en la ratonera titulada elevador todos bajan. La cajita de cerillos titulada auto se une a miles de cajitas de cerillos enfiladas en una avenida titulada popote. Es noche y empieza a llover. La caja de cerillos busca donde estacionarse, donde dormir para no encenderse hasta el otro día. En las orillas de las calles no hay más que mínimos espacios que marcan las entradas y salidas de otras cajitas que viven resguardadas, no es nuestro caso, la cajita de cerillas titulada camioneta es osada y duerme en la calle.
Finalmente encuentra posada en una esquina incómoda, se recarga a un lado, deja salir a Nadia.
Es noche, llueve a raudales, una figura menuda titulada Nadia, de rostro anguloso moreno y fino, marcado por alguna suspicacia, atraviesa la calle sin protección alguna, viene vestida de julio y en su impermeable la practicidad ha huido, la lluvia la bautiza de nuevo de ozono y restos de polvo líquido, en su cabello las gotas ennegrecen, se atoran, se vuelven chiclosos de cartón, la figura titulada Nadia camina de una calle a otra y pareciera que si tomara un taxi estaría mejor, pero finalmente llega a ese edificio desdibujado en la lluvia que ya es una tromba de granizo y escupitajos de dios. La mano de Nadia abre la cerradura, un gato maúlla, Nadia entra, está empapada. Busca una taza para hacerse un té se toca las sienes buscando auto complacerse, busca una toalla, se quita los zapatos húmedos, camina descalza por su duela sin encerar, se astilla sin darse cuenta, sus pasos se pegostean contra las huellas que forma el sucio piso agrietado. Nadia no alaba la domesticidad, Nadia disfruta su espacio como si fuera un amigo con el cual relajarse. Nadia bebe su té mientras mira por la ventana, el granizo vuelve a la ciudad un espejismo de nieve, el gato maúlla y se restriega entre sus piernas, Nadia bebe sin quitar la vista de la ciudad, a lo lejos un camión lleno de cerdos escupe una bomba de humo, “en otras ciudades, las bombas son peores” piensa Nadia.
Nadia se deja caer sobre su cama donde las sábanas entretejen movimientos incomprensibles. Nadia desordena los nudos que dejaran las huellas de sus piernas y brazos, apaga la luz sospechando para sí misma que esa noche podrá dormir sin soñar en Mateo. Esa noche está lo suficientemente muerta como para querer pasarse la película del sueño, hoy roncará.
Es noche, la ciudad está inundada, el gato maúlla intentando salir, el gato mira por la ventana, pareciera ver un camión lleno de cerdos que furiosos arremeten unos contra otros al salir, piensan que van hacia su libertad, pero su camino es la fila al matadero. El gato lo sabe, quisiera advertirles.
Nadia no ronca, silba, habla dormida, en las sábanas una huella en forma de brazo cruza su abdomen, bajo las sábanas se crea la huella de una mano, la de una pierna, la de un torso que la acaricia lentamente, la recorre con ternura, la besa, le hace el amor. Nadia por momentos se violenta, pero no encuentra culpables sino una masa espectral que sólo es capaz de tocarla, sin permitirle el mismo gusto. Finalmente oye una voz, es Mateo, las lágrimas de Nadia desaparecen en un beso cuya existencia, tan dudosa para otros, es para Nadia, innegable.