sábado, 22 de diciembre de 2007

3.- LA PRIMERA APARICIÓN DE MATEO

Es noche, en la ciudad una bomba de humo hace homenaje a otras bombas de otras ciudades que han marcado el horror, nuestra bomba de humo sale del escape de un camión transportador de cerdos que entra a la ciudad, es una carcacha llena de próximos jamones. Es noche, en la ratonera titulada elevador todos bajan. La cajita de cerillos titulada auto se une a miles de cajitas de cerillos enfiladas en una avenida titulada popote. Es noche y empieza a llover. La caja de cerillos busca donde estacionarse, donde dormir para no encenderse hasta el otro día. En las orillas de las calles no hay más que mínimos espacios que marcan las entradas y salidas de otras cajitas que viven resguardadas, no es nuestro caso, la cajita de cerillas titulada camioneta es osada y duerme en la calle.

Finalmente encuentra posada en una esquina incómoda, se recarga a un lado, deja salir a Nadia.

Es noche, llueve a raudales, una figura menuda titulada Nadia, de rostro anguloso moreno y fino, marcado por alguna suspicacia, atraviesa la calle sin protección alguna, viene vestida de julio y en su impermeable la practicidad ha huido, la lluvia la bautiza de nuevo de ozono y restos de polvo líquido, en su cabello las gotas ennegrecen, se atoran, se vuelven chiclosos de cartón, la figura titulada Nadia camina de una calle a otra y pareciera que si tomara un taxi estaría mejor, pero finalmente llega a ese edificio desdibujado en la lluvia que ya es una tromba de granizo y escupitajos de dios. La mano de Nadia abre la cerradura, un gato maúlla, Nadia entra, está empapada. Busca una taza para hacerse un té se toca las sienes buscando auto complacerse, busca una toalla, se quita los zapatos húmedos, camina descalza por su duela sin encerar, se astilla sin darse cuenta, sus pasos se pegostean contra las huellas que forma el sucio piso agrietado. Nadia no alaba la domesticidad, Nadia disfruta su espacio como si fuera un amigo con el cual relajarse. Nadia bebe su té mientras mira por la ventana, el granizo vuelve a la ciudad un espejismo de nieve, el gato maúlla y se restriega entre sus piernas, Nadia bebe sin quitar la vista de la ciudad, a lo lejos un camión lleno de cerdos escupe una bomba de humo, “en otras ciudades, las bombas son peores” piensa Nadia.

Nadia se deja caer sobre su cama donde las sábanas entretejen movimientos incomprensibles. Nadia desordena los nudos que dejaran las huellas de sus piernas y brazos, apaga la luz sospechando para sí misma que esa noche podrá dormir sin soñar en Mateo. Esa noche está lo suficientemente muerta como para querer pasarse la película del sueño, hoy roncará.

Es noche, la ciudad está inundada, el gato maúlla intentando salir, el gato mira por la ventana, pareciera ver un camión lleno de cerdos que furiosos arremeten unos contra otros al salir, piensan que van hacia su libertad, pero su camino es la fila al matadero. El gato lo sabe, quisiera advertirles.

Nadia no ronca, silba, habla dormida, en las sábanas una huella en forma de brazo cruza su abdomen, bajo las sábanas se crea la huella de una mano, la de una pierna, la de un torso que la acaricia lentamente, la recorre con ternura, la besa, le hace el amor. Nadia por momentos se violenta, pero no encuentra culpables sino una masa espectral que sólo es capaz de tocarla, sin permitirle el mismo gusto. Finalmente oye una voz, es Mateo, las lágrimas de Nadia desaparecen en un beso cuya existencia, tan dudosa para otros, es para Nadia, innegable.

A LAS VÍCTIMAS DEL BLOG:

La idea de subir fragmentos de Glacial, es poner a prueba la novela de forma que quienes la lean pueda comentar sobre los fragmentos dándose una idea general. Sus comentarios la harán crecer, la llevarán a sus fines más glaciales.
Gracias a todos

lunes, 17 de diciembre de 2007

2.- CARTA DE NADIA

2.- CARTA DE NADIA

Amor:

Sin ti, esta mañana es atroz. Atroz y desierta.

Los perros gritan, derriban el barandal de la azotea, las hojas en las copas de los árboles, con sus ladridos. Escondo los ojos, mientras esto pasa, debajo de las cobijas, en el manto del calentador de invierno, en la matriz oscura de mi vientre- cama.

Asomo un ojo para cerciorar la soledad donde me hundo. Entre mis piernas, estas tan quieto, como si no estuvieras. En las piernas de mi noche larga impredecible, subes como la tela, me abrazas.

Lento,

muy lento,

me abrazas,

empujando al mundo fuera de mí; empujando lejos, para olvidar.

Sueño con un país lejano, donde en alguna otra vida nos presentan. Hay un beso espacioso de tiempo a tiempo, como una premonición, un embrujo, que se abre en nuestros labios como un primer respiro.

Tu beso es alberca de fuego que llueve, sobre la noche helada. El manto estrellado de las sábanas. Afuera, los gritos de los perros persiguen los pasos, a los automóviles rápidos que corren en el aire como cuchillos de circo. Están vueltos locos. Hay que pararlos. Ya.

El sonido de las hojas entra hasta el último rincón de mi oído y me destierra, del país del beso, del cielo estrellado en la sábana y de esa noche reflejada en una alberca en llamas.

Las manos traicionan y en vez de cerrarla, abren todavía más esa ventana.

Miro hacia el piso: es un túnel, el gato se ha mantenido quieto en el sillón, espera que mis maullidos conversen pero prefiero andar de un lado a otro comprobando el humo:

-Calla a esos perros, gato.-

Maúlla, pero no me hace gracia, no esta vez.

El sol inunda mi cama, antes nocturna. Me siento en ella, atroz y desierta. Además, sin tí

Nadia repite la carta en voz alta, al terminar, deja caer la cara sobre las sábanas y aunque es el gato el que quiere acercarse, lo ahuyenta, se pone furiosa, se levanta de la cama y cierra la puerta, los perros ladran de nuevo pero la mañana sigue siendo desierta.

Duerme. En el sueño la carta flota, sale por el entrecejo de la cerradura hecha un hilo impasible. Descubierta en el aire, se deja mecer en la aurora, surca los minutos del esférico para llegar al otro mundo, el mundo donde Mateo espera.

El sonido del cartero lo hace girar la cabeza helada, la carta se desdobla, se mece en sus ojos. Mateo no puede parar de leerla mientras recuerda el cuerpo tibio de Nadia, imagina cada uno de sus poros, la recorre, se deja hacer una y otra vez entre los brazos tiernos de esa mujer inacabable, para toda la vida tierra, hermana, mujer de la propia costilla.

Mateo, como lo hizo desde la vez primera, entrando en la mirada en la cual descubrió por un segundo al mundo y se dijo que había alcanzado la manzana de oro. Entra de nuevo al paraíso, convencido de conquistar la isla de Circe en los ojos de Nadia, quien, bajo cada letra de carta, le ofrece otro pedazo de la prohibida fruta que es el amor.

Desde la escena del crimen, Mateo puede escuchar el eco de los perros ladrando.

En la montaña no hay nadie sino Nadia. Su carta lo detiene a la mitad del camino de la completa desaparición, su propia muerte, la carta le devuelve el aliento, baja sus pulsaciones a la calma chicha de la relajación, ya no teme.

Por que Nadia es su sauna y su corazón fantasma no ha olvidado cuando calmarse, cuando evitar que la sangre no se precipite bajo tormenta y aprenda a navegar los ríos de ese cuerpo que ha ofrecido al universo para cuidar a Nadia.

Ha terminado de leerla entera, luego escribe una carta sobre la carta, la envía en la corriente del viento, la empuja con su helado vaho, para que vuele. Pero es muy tarde. La roca se precipita sobre su espalda, lo alcanza, alcanza a la carta que no llega a Nadia, nunca.

Nadia despierta, su llanto es un compás físico imposible de parar, como el latido recién nacido, acelerado, en creccendo, a punto del infarto. Toma el pedazo de papel escrito, la carta.

Se limpia las lágrimas con ella… entonces es que puede dejar de llorar.

viernes, 14 de diciembre de 2007

1.- LA MONTAÑA o EL DESEO NUNCA MUERE

Han pasado setenta y cinco minutos desde que empecé a subir. Éste es el primer desierto negro –habrá otros- que encuentro tras los sinuosos y cada vez más pequeños caminos que me han guiado hasta ese punto. El llano, cubierto de rocas pequeñas como las que decoran el camino, es una planicie inclinada en la ladera sur-oeste de la montaña. Cada una de estas perlas negras recuerda el paso de la cenizas, de la lava, mezcladas con las lágrimas del invierno y de algún otro infortunio estacional tiempo antes de que la montaña fuera erigida como un camino de exploración usual y traicionero.

Dejo a mis pies descansar un momento, recupero el latido, el vaivén de mis manos lucha contra el viento entumecedor. Así, en cada apretón, pongo a mi favor un poco del torrente sanguíneo desperdigado en el viento. Por primera vez me permito mirar, alzo la cabeza, dejo girar al eje de mi cuerpo alrededor del pequeño valle. Empiezo a contar la infinidad de rocas y piedritas, descubro además, que hay muchas que se parecen entre sí, como repitiéndose en un mismo camino-espejo. Las hay de todos tamaños y formas: roca cuadrada, típica lisa, roca porosa, cuadrada a medias, con oval en el perfil, roca casi piedrita de río, roca llorosa estilo lágrima. Así mi instinto empieza a buscar la piedra asesina y me pregunto si estoy en el lugar correcto. En todo caso no importa, cada una de estas piedras morirá, presa de mi ira. Indescifrable.

Tiene que ser aquélla, es tan evidente que mis pasos van siguiéndose uno a otro como un radar imantado hacia ella, hasta toparla de frente –asesina-.

Llego buscando el rastro de tu cuerpo, Mateo, imantado en ella, la huella de cada pedazo que destrozara los tejidos de tu piel. Una uña, un pedazo de ropa, cualquier suficiente señal. Puedo recrear cada cabo suelto y colocar la imagen que corresponde a ese pliegue, a ese piquito, a esa raspadura.

Ha sido aquella. La forma semi-ladeada en que ha rodado hasta ahí, montaña abajo, la delata.

Por un momento recreo ese instante e imagino a Mateo viéndola venir como si aún pudiera evitarlo. Entonces mi mano se alza, todo se detiene: el tiempo, el girar de la tierra, el pasado y el presente quedan de acuerdo a mi deseo.

Mateo voltea, me mira extrañado. Pero cuando esos ojos me encuentran, me distraigo, pierdo por completo el control de la realidad, ésta toma su destino, la montaña vuelve a aplastar a Mateo. Porque finalmente el destino de la piedra es matarlo; aunque yo esté ahí, para reinventarlo todo. Si hubiera logrado explotarla en el aire, ya hecha polvo, desintegrada, Mateo daría dos pasos y cada partícula de la misma piedra seguiría rodando para llevárselo.

"Nadia" Y lo repite rodando montaña abajo, destrozado, marchito, en proceso de descomposición, Mateo labrando su camino para formar parte de la guardia de Mictlantecuhtli.

-Te veré al final del otoño mi amor. Habrá zempazúchitlis naranjas, moradas y blancas cubriendo las mesas de las casas, calaveras de azúcar y mezcal. Pondré tu foto en la cabecera, al lado de Pedro Infante y de Humprey Bogart, te dejaré un poco de pan, tomaré una veladora amplia y cebosa para alumbrar tu dulce cráneo bautizado en papelitos tornasol. La noche caerá sobre nosotros como una lluvia. Caminaré hasta el panteón. Será el segundo día de noviembre cuando te iré adivinando tras cada ofrenda para, si acaso, sentir tu aliento travestido de frío, o tus lágrimas formadas de lluvia acompasando las mías. Llevaré un ramo de flores naranjas, llevaré la calavera con tu nombre inscrito en la frente, llevaré el mezcal, llevaré un pan de anís azucarado. Doblaré la esquina del panteón dejando las plegarias lejos.

Me seguirás hasta un hotel de mala muerte titulado “el deseo nunca muere” donde me seducirás como si fuera el inicio del otoño, haremos el amor como si fuera verano y al terminar nos abrazaremos como si mirando nacer la primavera.

Despertaré sola al día siguiente, me asomaré a buscarte, pero en la ventana se posará el invierno.

Miro la roca fijamente. Mis manos se dirigen hacia esa textura astillosa y helada, empiezan lentamente a acariciarla, tan lentamente como si se pudiera detener al tacto.

¿Para que fingir?, en realidad quiero aplastarla. Un movimiento inconsciente atrae al golpe que resuena en mi mano, el mismo que hace evidente mi fragilidad. Luego descubro, un hilo de sangre. Roca asesina, definitivamente eres tú.

Intento bordearla y cuando la circunferencia deforme se deja tocar se vuelve una presa cautiva, para dejar de ser el objeto de mi venganza. Recreo nuevamente la escena, la estudio ¿de dónde vino?, ¿qué la hizo caer?

¿Si el presente es futuro y todo esto es pasado? Estoy indecisa entre el ahora y el momento después, quisiera volverme roca.

Ruedo, camino acompasando cada borde que soy, triste circunferencia, con el tacto húmedo del hielo, con el rozar de un pedazo de tierra fértil, con el de aplastar una hierba o una flor, con el de chocar contra otro pedazo de meteoro, roca igual que yo.

Al rodar, la nieve se pega, me viste de blanco, gira en el aire, se atrae, imantada al movimiento, maquillándome entera. Entonces los veo, son seis o más, me miran venir tratando de salir de mi ruta, mi ruta ya marcada por la gravedad, inevitable, a mi lado se ha desatado la avalancha, mas de cien mil partículas se condensan, revientan al viento, arrasan con cuerpos vivos, con cuerpos muertos, cuerpos listos para morir.

He llegado al final… algo me detiene… ¿cómo saber si ese es Mateo?